martes, 9 de septiembre de 2008

El padre tiempo


Por: Macky Arenas - mackyar@gmail.com - En Bolivia rige la cartilla que marcó Castro a Chávez y que Chávez le leyó a Evo. Evo quiere quedarse. Quiere lo mismo que Chávez. Gobernar indefinidamente. Hacer todo aquello que sea necesario para entronizarse. Que gobiernos constitucionales, es decir, con término y fecha de entrega, se conviertan en monarquías, con herederos incluidos. Deslegitimar todo para legitimar la usurpación. Todo abuso tiene su correspondiente legitimación en la legalidad que instituciones deslegitimadas proveerán. La legitimidad a veces resulta tan abstracta como inútil de aclarar. Se desgasta al límite y es como si un aereógrafo invisible difuminara sus líneas. Del abuso sólo puede resultar la legitimación de lo ilegítimo. Es el moderno anclaje de la dictadura. Sin los códigos tradicionales pero como en todas, los soldados serán los electores y los oficiales los elegidos. Una especie de genocidio de la civilidad. Países donde, de tanto contemplar la legalidad, se impone la dominación, la obediencia, el degenerado militarismo que hace de cada ciudadano un soldado. Todo en nombre de una revolución que nadie quiso. El género humano tiende a suponer que los regímenes que duran un mayor número de años son los más legítimos. De allí el empeño de los dictadores en organizar las cosas para que el padre tiempo los legitime. Reconocerle semejante atribución al tiempo es entregar la democracia y todos sus arreos. Es tan absurdo como predicar que la enfermedad que tarda más tiempo en matar a un hombre es más respetable que la que lo hace instantáneamente. La tregua es aliada de la destrucción y cómplice de la ilegitimidad. Todo lo que hace el régimen está orientado a mantenerse en el poder. A como de lugar. No importa si falta la luz o la comida. Para el jefe, el sacrificio de los demás se justifica en nombre de la revolución que él encarna. Eso es legítimo. Ese mandamiento está presente en cada una de las 26 leyes del paquetazo y lo estará en las que vengan. A menos que le arrebatemos al padre tiempo el bastón de mando.

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